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Los 10 mandamientos… de la Montaña

Fuentes: http://albertomartinez.desnivel.com/blogs/2013/05/30/los-diez-mandamientos-del-montanero/

ATENCIÓN, IMPORTANTE LEER

Tablas de la Ley (de la Montaña).   Recomendaciones escritas por  el escritor austro-italiano Luis Trenker ensu obra Meine Berge (1931).

Atardece en Piedralengua. Foto KrusticaAtardece en Piedralengua. Foto Krustica

“I. No emprenderás ninguna ascensión que esté por encima de tus fuerzas. Has de ser superior a la montaña: no la montaña superior a ti. Te tienes que proponer retos en proporción a tus fuerzas, pero también tienes que saber renunciar y dar la vuelta a tiempo si hace falta. Te tienes que conceder mucho tiempo, y nunca pretender hacerle la competencia al cronómetro ni establecer records. No devores cumbres, no te pierdas ningún acontecimiento de las montañas.

II. Prepararás cada ascensión con los cinco sentidos, cuidadosamente, tanto si vas solo, como con amigos o con guías. Un ignorante o un desamparado que cuelga del regazo de una niñera montañera, produce una triste figura. Tu equipaje moral tiene que ser tan completo como tu equipo de montaña. Tienes que estar familiarizado con el mundo que te rodea; conocer y comprender sus manifestaciones. No sobrecargues tu estómago excursionista, ni tampoco quieras vivir de caviar o de ostras. Tu ideal montañero te tiene que permitir celebrar una pequeña excursión dominguera con la misma alegría con la que, la próxima vez, atacarás una difícil pared de roca. Tienes que saber estar por allá con la misma naturalidad que trepando por aquí. No te conviertas en uno de ésos que, entre tantas paredes de roca, no ven las montañas. Tampoco tienes que olvidar que las montañas están llenas de peligros, si bien has de saber que, con un poco de precaución, seriedad y experiencia, los puedes salvar.

III. En la montaña, no olvidarás tu educación. Aspereza, grosería y dureza no son sinónimos de fuerza y alegría. Desde la misma estación y en el tren, tienes que exhibir tu educación montañera y personal. Puedes asaltar cumbres si quieres, pero no asaltes nunca los vagones del tren: no te subas nunca en los estribos de un tren en marcha, ni siquiera aunque seas una persona segura y acostumbrada a transitar por rellanos insignificantes de roca. No consideres la cuerda y los crampones como un anuncio de los de tu gremio. No pongas en peligro los vestidos o los ojos del prójimo con tus trastos: esquís, piolet, crampones y otros enseres. Tampoco tienes que violentar sus oídos con palabrería o alboroto excesivamente sonoro. Saluda a los peatones solitarios que encuentres, y devuélveles el suyo: si tienes que hacer observaciones desfavorables a su aspecto, espera a que estén lejos y que no te oigan. No creas que resulta necesario para el buen tono del montañero la utilización de un dialecto del oficio, con modismos que parecen extraídos a partes iguales de los barrios bajos de la ciudad y de las cabañas de los leñadores. Tampoco es necesario sonarse las narices con los dedos, ni practicar costumbres salvajes similares, puesto que no era esta la intención del poeta cuando dijo que en las montañas hay libertad.

IV. No deshonrarás el lugar que recorras, ni tampoco afearás la naturaleza de Dios con botellas rotas, cáscaras de huevo, pieles de fruta, trozos de papel, latas de sardinas y otras suciedades. No olvides que quienes vengan después, también querrán beber el agua fresca de la fuente que estás a punto de ensuciar sin pensarlo. No uses los palos indicadores de caminos como blancos para arrojar piedras, y no coloques los que se hayan caído en una dirección falsa para gastar una broma. No dejes ninguna verja de los prados abierta, porque puedes perjudicar mucho a una propiedad ajena, y porque así conviertes el montañismo en una actividad repugnante para la población rural. Por la misma razón, no saltes dentro de ningún vallado si no te lo piden, ni te introduzcas sin permiso en los cercados y cobertizos. Puedes cantar, si sabes y resulta oportuno, pero siempre con mesura. A menudo, los aullidos montañosos se suelen adaptar poco a las gargantas humanas, y todavía menos a los órganos auditivos de tus semejantes. Por regla general, en la montaña no llames mucho la atención ni hagas mucho ruido. No enciendas ningún fuego innecesariamente: el fuego que hagas, ya sea para cocinar o para calentarte, tanto al aire libre como bajo tejado, vigílalo bien. Cuando lo apagues, apágalo bien. No produzcas caídas de piedras desde las cumbres, ni siquiera por descuido, y evita que al subir o bajar rueden, ni aun por causas inevitables, o aunque las canales de abajo conduzcan a lugares supuestamente intransitados, puesto que puedes ocasionar graves daños. Finalmente, en caminos bastante transitados y en cumbres muy visitadas, no practiques ni el nudismo al completo ni el de la parte superior, aunque desees disfrutar de la soledad y del aire intensamente. Cerca de los lugares habitados, sigue siempre las costumbres establecidas.

V. Ten el compañerismo en gran estima. Si eres el jefe de un grupo, no seas autoritario ni obstinado, no quieras tener siempre la razón, y no mires a tus compañeros con superioridad: tienes que ser considerado y paciente, y ceder ante los otros sin mengua del ascendente que poseas moral y materialmente. La fuerza del más débil, debe dar la medida de tus decisiones. Abandonar a un ser humano en la montaña, puede constituir un asesinato. Si eres tú quien es dirigido, adáptate a quien vaya en cabeza, a quien tenga mayor experiencia, a quien dé el mejor rendimiento, y procura aprender allá donde puedas. No hay ningún maestro que haya caído del cielo, pero en la montaña, serían precisos muchos más de los que hay. Aunque seas el más débil del grupo, puedes mostrar tu firmeza. Tienes que saber que los buenos segundos son tan raros como los buenos primeros. Cualquier extraño que comparta contigo el amor por las montañas, es tu camarada, y mucho más cuando esté en problemas o necesite cualquier tipo de ayuda, aunque solo sea un trago de tu cantimplora o un vistazo en tu mapa. También tienes que ver un compañero y un amigo experto en el guía de montaña profesional. No trates, ni a él ni a los suyos, con orgullo, ni te quieras hacer pasar por el más sabio, pero tampoco hagas como si hubieseis comido toda la vida del mismo plato.»

VI. Respeta el chalet refugio como si fuera tu propio hogar. Sé humilde y no tengas exigencias que solamente puede satisfacer un hotel. No olvides que llevar unas monedas no significa nada aquí arriba, y que, ante la montaña, todos tenemos que ser iguales. No introduzcas en el comedor los piolets, los esquís, la lluvia, la mojadina, el frío, el hielo, la nieve y la suciedad, y si puede ser, tampoco el sudor. No rebajes la cabaña a la categoría de una tasca, puesto que es un lugar de descanso y de reposo para todos los montañeros. No ocupes todos los bancos o las mesas con tu mochila, piolet, provisiones, mapas o piernas. Aunque seas muy joven, tienes que saber que hasta en los chalets de mayores dimensiones, no cabe una pareja de felices enamorados. Deja en paz los gramófonos, y no toques ningún instrumento si no es que realmente sabes. No embadurnes las libretas-registro con dichos obtusos, observaciones tontas o versos malos: escribe allí con claridad tu nombre, de dónde vienes y adónde vas, y antes de efectuar ascensiones de envergadura, deja datos con el fin de que, en caso de accidente, se te pueda llevar socorro, o que, en otros casos, nadie pase inquietud alguna por tu suerte. Las rocas y muros de los edificios no son material de escritorio. Puedes exigir un lugar para dormir, e incluso puedes escoger el mejor, si acabas de hacer o piensas emprender una ascensión, pero, en caso necesario, lo tienes que ceder con buena cara a las personas que lo necesiten (agotados, enfermos, personas de edad). No te introduzcas en las literas con los zapatos puestos y no te deslices como un loco con las suelas herradas escaleras abajo, especialmente por la noche y a primera hora del día. Si eres una persona que ronca, no elijas la habitación colectiva para efectuar tus dormidas y roncadas. Ten en cuenta la luz y el fuego en la cabaña. No te hagas ilusiones de ser el amo y señor del refugio, y piensa que el arrendador o guarda es el administrador de una institución para el bien del colectivo: tienes que seguir sus instrucciones, dado que es el responsable. Cada lugar y cada cosa que uses, déjalas tal y como te gustaría encontrarlas. Especialmente en refugios libres, tienes que extremar la consideración hacia tus semejantes, compañeros de refugio presentes y futuros, y no olvidar que el refugio y sus enseres son unos bienes que te han sido confiados. Economiza la leña, que a veces ha de ser transportada con grandes fatigas. Deja la cabaña limpia y ordenada al irte. Has de cerrarla cuidadosamente, sin olvidarte de pagar la cuota por la cabaña y por la leña.

VII. No robes. Tampoco has de robarle a los demás la paz y la tranquilidad montañera, la soledad o la vista de las cumbres. Ni tampoco los bastones de esquí, las correas de las fijaciones ni otras cosas. Ni tampoco la hierba para el lecho, recogida por otros con dificultad, ni la leña cuidadosamente traída. Además, procura siempre tratar con cuidado las flores y los campos, los árboles y la hierba de los prados, y no inquietes al ganado. No arranques ningún árbol para procurarte leña o por el gusto de desfogarte. No destruyas los hormigueros por curiosidad. No trates a los topillos, ranas y otros bichos como si fueran fieras dignas de ser exterminadas. Considera la montaña como un paraíso en el que Dios te ha puesto, y coopera para conservar su fisonomía y pureza.

VIII. No mientas. No eses ningún mal tono, no seas fanfarrón. Hasta la más difícil ascensión montañosa, es cosa fácil comparada con otros hechos humanos. No seas pretencioso y deja que todo el mundo sea feliz a su manera, aunque sean personas de otra entidad. Tampoco tienes que renegar, ni maldecir del tiempo, ni del hospedaje, ni de las fijaciones de esquí. No traigas a la montaña ni la política ni las polémicas. No te mofes ni critiques las creencias, costumbres y usos de la gente de montaña. No olvides nunca que eres un huésped entre la gente de montaña, en la montaña, e incluso en este mundo.

IX. Guarda el honor de tu club, no solamente el de dicha entidad, de ese escudo tras el cual marchas, sino el honor de toda la comunidad que te encaminó hacia las montañas, que sirve a los grandes ideales y no a tu comodidad personal, la que trabaja por el colectivo. El mero hecho de pertenecer a ella, constituye ya un honor. Has de estar orgulloso de ser un miembro de esa asociación, y de poder conservar semejante posesión. Cuida para no deshonrarla, ni tampoco a quienes la crearon, a esos precursores, los maestros de otros tiempos, que abrieron el primer camino hacia las cumbres, donde pusieron hitos, así como las últimas piedras en el edificio de la conquista de las montañas.

X. No profanes las montañas con el afán de batir récords. Busca su alma”.

Poco más que decir queda…